sábado, 31 de octubre de 2009

Si supieras...

El ejercicio de mirar y ser mirado fijamente a los ojos cuando las palabras parecen no poder combinarse de la manera exacta para expresar lo que si puede ésta disciplina, quizás nos permita entender el por qué en este momento tengo una sonrisa dulcemente amplia grabada en mis labios.
Y que mensaje de mi cerebro le lleva la sangre que recorre mis venas a mis manos, no lo se, el echo es que sin decirle nada tomo las manos de mi interlocutora tiernamente. Ella ahora me cuenta de su vida. Quizás sea la luna llena que se cuelga como fondo de este cuadro, o tal vez una extraña combinación de astros. Lo cierto es que me abre su corazón. También es posible, que aquello que ha bebido en las últimas dos horas este ayudando a la sensibilidad. Por eso me dice que a pesar que me conoce poco, significo mucho para ella, que me quiere (aunque mas tarde este querer se haya transformado en aprecio pues la palabra querer dicha a alguien que conocemos poco suena totalmente fayuta por mas que esta vez sea cierto).
No se que hace, pero logra despertar al león que habita en mi corazón y desde hacia tiempo dormía. Me habla al oído, pues la música suena fuerte y esta es la única forma de que la escuche, y a mi eso me encanta. Miro su boca y me dan ganas de comerle el alma. Cuanto pagaría por ser la gota de sudor que en este momento esta atravesando su cara desde su sien hasta la comisura de sus labios… nada, pues puedo serlo sin mas que acercar mi boca a ella y transformarla en parte de mi, pero todavía no lo hago. Me gusta asi. Le pregunto si vio alguna vez un pájaro llorar. Me dice que no. Como un relámpago esculpido en el alba, el brillo de sus ojos me invade un instante. Y es mi suspiro el pergamino donde escribo mi declaración. Rozo su vientre apenas descubierto casi sin querer con mi mano y ya no se lo que hago, me tiene absolutamente hipnotizado. Me estrecha fuerte una y otra vez. En la última nos fundimos en un beso necesitado. En un beso que había sido encerrado en las mazmorras de lo prohibido. En ese momento nos iniciamos en la doctrina del deleite. Esta vez el “para siempre” duró mucho mas que las veces anteriores.
Ahora en la oscuridad, sus ojos se apagan en un delirio escapado de su celda racional. Y la eternidad se regala como algo tangible.

sábado, 24 de octubre de 2009

EL ULTIMO LLAMADO

Se despidió como si esa fuera la última vez en la vida en que si iban a ver. Montó su Eco Sport, dio mecha a un nevado y encendió el motor. Tomó la ruta con el impulso del riff de “Black in Black” de AC/DC que azotaba los parlantes de la cabina. Siete kilómetros antes de detenerse en un descampado para revisar que su fuego de artificio este en la guantera y desenterrar un sobrecito de papel metalizado escondido en la alfombra. A la sombra de un Paraíso silvestre, con el carnet de conducir, peinó tres rayas de chabona. Se las metió en las dos cuevas de oso que se asomaban de su cara en un santiamén, casi escuchando, como si fuera parte de su imaginación, las sirenas de los Federicos lambiéndole las orejas. Una vez mas detonó el acelerador, sabiendo que no había algo de romántico en lo que había echo. Fue por la guita, sí, pero también por creerse un gangster de Chicago de los `50. A 93 kilómetros lo esperaba una avioneta que lo llevaría a otro mundo, pensaba, mientra veía por el retrovisor a la tropa que intentaba alcanzarlo. Su Black Berry empezó a zumbar como un tábano molesto. Miró la pantalla con descuido, en donde decía “La Mari, llamada entrante”, seguramente le quería avisar que lo sabuesos iban por él. Pero no atendió. Dejó el aparato chisporrotear en el asiento del acompañante y subió el volumen de su reproductor de CD. Esquivó con pericia primero un micro y luego un Mercedes con acoplado. Bajó la ventana para sentir la fragancia del verde que invadía todo alrededor. Esta tarde su Dios miraba hacia otro lado cuando en la rotonda doce tigres de azul, enfierrados hasta las muelas lo emboscaban al borde de la ruta. Cuando los tuvo frente a él, puso al máximo el volumen, empujo el pedal del acelerador casi hasta el motor y se acovacho. Doscientos metros y los plomos que no esquivaban la luneta. Era uno de esos días en donde nada podía salir bien, por eso una rama gruesa caída en el camino y la velocidad que llevaba hicieron que desviara su destino y como un titán que desafía las leyes de la física, voló desde el barranco. Suspendido en el aire, logró marcar el número de quien lo esperaba dentro de dos horas. Un estallido fue lo único que se escucho desde el otro lado de la línea.

sábado, 10 de octubre de 2009

PLASTICO CRUEL

"Que la mujer que ames esté en una habitación con otro hombre. Que la ames. Y que ella esté haciendo el amor con otro hombre mientras vos estás en la habitación de al lado. Que llenes el espacio de música para tapar voces y sonidos que luego no podrías nunca olvidar. Que alguien golpee a tu puerta. Que al abrir la veas a ella envuelta en una toalla. Que ella te sonría. Que te diga si podes ir a comprar cigarrillos para ella y para su amante. Que la mujer que ames haya ido hasta tu cuarto a pedirte que, ya que estas vestido, compres cigarrillos para ellos. Y que vayas, que la quieras tanto. Que llueva. Que corras por la calle hasta el kiosco a comprar los cigarrillos. Y que llueva mucho. Que regreses empapado con los cigarrillos. Que la llames. Que golpees a la puerta de su habitación. Que tengas que repetir su nombre. Que escuches sonidos de algo imprevistamente recomenzado. Que escuches jadeos de placer. Que vuelvas a tu cuarto. Que pasen los minutos como siglos. Que ella, la mujer que ames envuelta en su toalla, llame nuevamente a la puerta. Que abras y te encuentres otra vez con su sonrisa. Que tengas que sonreír. Que debas imponerle otra sonrisa a tu confusión. Que le des los cigarrillos y que ella te agradezca por haber ido con esa lluvia. Que pregunte como estas y que le respondas que estas bien. Y que no sea cierto. Que la ames tanto. Que te suceda algo así... para que me entiendas."

Jose Sbarra

(Me gustan los textos que muerden, que parecen estar vivos, que se te meten dentro tuyo y te arrancan un pedazo, Jose Sbarra tenia ese talento, de darle vida a las palabras...)