martes, 24 de noviembre de 2009

El Profeta del Suburbio - Capitulo V (Fragmento)

- De chiquito aprendí a robar... Fui un tímido ladrón. Comencé robándoles los vueltos a mis padres cuando me mandaban a hacer mandados. No sé si se daban cuenta de mi comportamiento, pero de todos modos nunca me dijeron nada. A la edad de doce años escarbaba el fondo del monedero de mi mamá en busca de alguna moneda olvidada, pues en esa época papá ya no estaba y el maldito dinero siempre faltaba. Vivíamos en una casa abandonada que habíamos ocupado. La verdad es que ésta casa estaba en muy mal estado. Daba la sensación de que se había incendiado pues las habitaciones de atrás estaban llenas de escombros carbonizados. Tendrías que haber visto lo que era ese caserón. Ocupaba casi una manzana. Las habitaciones mutiladas por el fuego daban una imagen apocalíptica del lugar. Nosotros habíamos limpiado dos de esos cuartos. En uno pusimos dos colchones de lana envejecidos. En el otro improvisamos una mesa con una tabla y dos cajones. También conseguimos una heladera que apenas andaba en donde casi nunca había nada más que una botella con agua puesta a enfriar o un poco de guiso. Lo que pasaba es que esa heladera no era un lugar seguro porque más de una vez la abrías en verano y veías como una cantidad inimaginable de cucarachas terminaba frente a tus narices con lo que se suponía que era tu almuerzo. Mamá murió allí hace ya muchos años. Todavía deben de estar sus huesos. Ella falleció en la cama y nunca la saqué de allí. Cuando me fui de la vivienda un olor nauseabundo impedía la respiración. Los gusanos comenzaban a aparecer en la piel. Yo soñaba con que algún día la podría sepultar decentemente, pero no aguanté más de un mes vivir con su cadáver en la cama, entonces me fui. Y en la calle me convertí en el más vil ratero. Aprendí el más humillante cargo de ladrón: Punguero