sábado, 2 de julio de 2011

LA VIDA TIENE POCO QUE VER CON LA PASIVIDAD DE UNA AMEBA

(Fragmento)

- Parece que nos quedamos a oscuras. - Comenté vagamente.

Ella se dirigió hacia la cocina en busca de una vela. Trajo también un sahumerio que encendió mientras me contaba acerca del libro que me regaló. Yo permanecía en la ventana, casi sin escucharla, viendo como un gato trataba de huir del aguacero. Luego me pidió que me siente en el suelo frente a ella. Allí la conversación tomó forma, se alargó separando su caudal en distintas vertientes. Casi sin querer nos espiábamos en la oscuridad. Podía ver brillar sus labios mojados cuando hablaba. El tono de voz se nos volvía suave y tiernamente infantil. Ella dijo algo sobre el Yoga y propuso que hagamos un ejercicio. Yo sin estar muy convencido me senté tal y como ella me sugirió. Cerré los ojos y me relajé. Me echó los hombros hacia atrás. A mi me causó gracia lo que dijo mientras lo hacía y lancé una diminuta carcajada rompiendo la posición. Me reprendió con la mirada obligándome a ponerme como estaba antes, divagando sobre la importancia del respeto. Murmuré algo. Me hizo callar. Me pidió seriedad. Ya estaba en posición. Ella se acomodó frente a mí en igual estado. Quebré en un instante, el silencio reinante susurrándole que estaba torcida. Abandoné mi posición y eché sus hombros hacia atrás. Estábamos a dos centímetros. Mis labios estaban a escasos veinte milímetros de los suyos. Sentía su suave respiración sobre la mía. Nos quedamos así unos segundos sin saber que hacer ni que decir. Las imágenes se desdibujaban en mi mente. Parecía como si el tiempo se hubiera clavado allí. Nuestros labios se atraían como dos imanes hasta que muy suavemente chocaron. Nuestro espíritu trepaba hasta el fondo del cielo. Un profundo silencio nos gobernaba. Acaricié su rostro con ternura. Me miraba a los ojos dulcemente. Su memoria se había borrado. La mía también. Las palabras sobraban. Me separó un poco y volvió a besarme, esta vez apasionadamente. Me abrazó como si yo fuera el único ser humano en el mundo. Sentí como su mano me acariciaba la espalda con la fragilidad de una pluma. Yo hice lo mismo y casi sin querer se soltó el soutien. Nuestras ropas se evaporaron. Mi piel se fundió en la suya. Un colchón en el suelo fue el escenario de esta sutil función. Exploré. En pocos minutos descubrí todos los rincones de su cuerpo. Susurros inconexos se perdían en el aire. Clavé mi bandera. Me ahogué en su extensión. Éramos dos náufragos que se refugiaron el uno en el otro. Altamar, pleamar. Los suspiros se abandonaron al espacio. Nadé hondo. Llegué lejos...
Por el borde de la ventana se filtraba una tenue brisa fresca. La oscuridad cubría todo lo existente. Nos dormimos apaciblemente. Al rato logré sobreponerme a la pesadez de mis párpados y noté que casi no llovía. Le acaricié los labios con una sinceridad inmensa. Belén, bajo el efecto de la ensoñación, apenas me besó los dedos. Tal vez se le había cruzado por su cabeza la imagen de su príncipe azul que quizá no sea ni su marido, ni yo. Sus párpados permanecían cerrados y su rostro mantenía una expresión infantil. El viento iba limpiando el lóbrego cielo cubierto de nubes y de entre ellas se escapaba un sumiso reflejo de la luna. La ilusión se hizo carne en pequeñas promesas. Entre suspiros planeamos un viaje a Puerto Madryn que, sabíamos, jamás íbamos a hacer. Todo transcurrió felizmente hasta que la realidad se escabulló por la hendija de nuestros razonamientos, pero estábamos tan a gusto que nada en el mundo podía encarcelar nuestros pensamientos en las celdas de la preocupación.